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Jul
2018
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3 etapa: Meditar como el Océano

Profundidad (océano)

La respiración media entre el cuerpo y la mente; nos lleva de una orilla a la otra, pero nunca está aislada: siempre es la prolongación de algo mayor. Antes y detrás de la ola se encuentra el abismo marino, de la misma manera que cada respiración es el recuerdo mismo de que somos profundidad, que nacemos de ella y que volvemos, aunque no queramos, a ella misma. La ola siempre es agitación, pero en el fondo del océano reina la calma más profunda; arriba está el movimiento, abajo la quietud.

Curiosamente, nuestra autoimagen, aquello que reconocemos de nosotros mismos, se parece a una isla con los contornos bien definidos. Sabemos dónde llegan el mar y sus mareas y dónde la tierra. Conocemos con exactitud los kilómetros cuadrados, la periferia y la altitud. El yo que quiere comerse el mundo también funciona como una isla: sabe muy bien dónde empieza su territorio, quién forma parte de su grupo y qué le gusta. Sabe, por así decir, contar, medir y pesar, sabe dónde están las fronteras y quiénes están en un bando o en el otro. El yo sabe muchas cosas, pero no ha nadado en la profundidad. Sin embargo, el océano es misterioso, su profundidad incalculable, sus contornos difusos y su movimiento impredecible. Nuestro yo se encarama a la isla que conoce tan bien, pero el Ser que somos es esa profundidad marina que se traga islas o que las regurgita. Qué pequeña es la parte visible de un iceberg diría un niño pequeño, y qué pequeña es la conciencia ordinaria delante de lo insondable de la conciencia, diríamos nosotros.

Ahí estamos en la meditación, intentando dialogar entre la isla y el océano. De alguna manera, la respiración es un disolvente, como también lo es la ola, que en su embestida contra la dura roca, la va limando en bellas formas onduladas. Nuestro carácter rígido no resiste demasiado la andanada de la respiración.

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