23
Ene
2021
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01 ESCRITOS MEDITATIVOS

Cuando meditamos emprendemos un camino que en seguida nos es familiar. Es como entrar por ese sendero conocido y acogedor previo a bucear en el mar interior que se alberga de la piel hacia dentro. O continuando con el símil, entrar por la puerta de la casa que se levanta al final del sendero. Para ello necesitamos, sin duda, la llave que nos abra el paso; y es ahí donde aparece el soporte indispensable de la respiración, el hilo invisible que nos conduce de afuera a dentro. Una vez dentro del hogar, pese a ser la casa que habitamos, nos damos cuenta que es necesario poner luz para alumbrar las diferentes estancias, y, una vez las empezamos a vislumbrar con claridad, nos sorprende quizá un grado de desorden superior al que esperábamos; necesitamos airear pensamientos, sacarle el polvo a viejas sensaciones y empezar a reparar emociones medio abandonadas. De fondo, la conciencia actúa como ese foco preciso que nos acompaña en el camino de observar nuestro espacio interno y hacerlo un poco más habitable.
Cada vez que nos sentamos a meditar, emprendemos ese camino de regreso al hogar; si persistimos, también seremos testigos de las pequeñas mejoras que se producen día a día, y, a momentos, podremos, simplemente, reposar en él. Porque meditar es también abandonarse en ese lugar que habita nuestro verdadero ser, y es ahí, en ese dejarse estar, que sabemos que por fin hemos vuelto a casa.

Clara Arnedo

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