18
Ene
2022
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El supremo arte de meditar

PUBLICADO EN LA REVISTA TÚ MISMO por Aurelio Alvárez Cortez

No meditamos para un bien individual sino para un bien colectivo. Es la concepción ética de Julián Peragón, antropólogo y formador de profesores de Yoga, autor de “Estar en el mundo. La necesidad de la meditación”

Antropólogo y formador de  profesores de yoga desde hace más de 25 años, Julián Peragón (Arjuna) dirige la escuela Yoga Síntesis, con formaciones en yoga y neditación. También es articulista y autor de los libros “Meditación Síntesis”, “La síntesis del yoga” y el recientemente publicado por Kairós, “Estar en el mundo. La necesidad de la meditación”. Con él dialogamos sobre el contenido de esta última y reciente publicación.

-Apuestas por meditaciones laicas, simples, sin protocolo o liturgia complicada, flexibles. ¿Cómo es eso, Julián?

-Yo soy un enamorado de las tradiciones meditativas porque he curioseado en todas las tradiciones: zen, vipassana, etcétera. Pero me he dado cuenta de que ellas tenían su sentido en el momento en que se habían concebido históricamente y hoy en día, con tantos cambios en nuestra sociedad, creo que se han vuelto un poco rígidas. Necesitamos una nueva forma de meditar, sin tanto protocolo, sin tanta jerarquía, complejidad o esoterismo, algo mucho más adaptado a los tiempos que estamos viviendo.

-¿A qué te refieres cuando dices que las técnicas de meditación “hacen de luna donde mirarnos”.

-Para entender lo cotidiano hay que retirarse de lo cotidiano, para entender el mundo en que vivimos hay que tomar perspectiva. La meditación es un recogerse de lo vivido precisamente para poder entender desde dónde estamos proyectando nuestra vida.

-Afirmas que la meditación no es una ciencia sino un arte.

-Es un arte y bienvenidos todos los experimentos de ondas cerebrales en los laboratorios porque eso nos da una base sólida para nuestra mente científica. Pero en realidad, cuando meditamos, buscamos un sentido a nuestra vida, comprender quiénes somos, y eso no se puede medir. Intentamos percibir la belleza del momento presente y tampoco eso se puede medir.

-Como fruto de su práctica, según reflexionas, la meditación nos sumerge en una crisis; caen certezas, creencias, valores… la realidad fija y estable.

-Necesitamos en primer lugar producir la serenidad interior. Pero no como un efecto terapéutico, que ya lo tiene y es necesario, sino que, como tenemos tanta agitación en nuestra vida, precisamos recuperar la calma.
Pero el verdadero objetivo de la meditación no es la calma. Esta es un medio para poder escuchar e indagar en profundidad. Cuando lo haces, te das cuenta de todo aquello a que estamos aferrados, de los condicionamientos que nos influyen.
Podríamos decir que vivimos en una torre de seguridad, llena de creencias, ideas, cosmovisiones, y al percibir que ellas nos limitan la libertad interior, entonces esa construcción artificial, cultural, va cayendo.
La meditación es una deconstrucción, tira abajo un edificio que ha quedado obsoleto.

-Y por lo tanto no son todo flores en la meditación…

-Eso es. La meditación no es una playa paradisíaca, sino un laberinto en el que tienes que enfrentar a tu sombra, todo eso que has ido relegando, marginando, reprimiendo, para sobrevivir emocionalmente. Atravesar ese laberinto requiere mucho coraje.

Portada del libro “Estar en el mundo”.

-¿Mientras vamos en ese laberinto hacemos preguntas sin palabras?

-La meditación es transmental, la experiencia meditativa tiene que atravesar la capa de nuestros pensamientos. Por eso lo que solemos hacer es ralentizar el pensamiento para poder percibir la realidad, no a través de categorías mentales, sino mediante un sentir, una intención profunda. En esa experiencia percibimos la realidad con mucha más nitidez, y surge esa curiosidad innata en el ser humano. De la misma manera que los niños, indagamos sin hacernos preguntas mentales, indagamos en la realidad porque la estamos apreciando a flor de piel.

-Aconsejas practicar “porque quieres y no porque lo diga otro”.

-Si practicamos porque nos lo dice otro, porque está de moda o lo hace un amigo, entramos en una pose espiritual o de imitación. La meditación tiene que surgir de una voluntad profunda de decir basta de engrasar la maquinaria neurótica que produce sufrimiento. Solo lo puedes decidir tú.
No es un camino de flores sino un camino arduo, con muchas pendientes y abismos. Por eso necesitamos que surja de una voluntad interior.
Curiosamente esa voluntad no nace si no hay previamente una desilusión con respecto al mundo que promete una falsa felicidad o un sufrimiento que nos hace cuestionar la vida convencional en que estamos enredados, y luego buscar una salida, como es el espacio meditativo.

-Uno de los elementos de la práctica meditativa es la postura. Comentas que hay que pedirle audiencia a la gravedad y no a la perfección. ¿Cómo explicas esta idea?

-La postura meditativa son los cimientos del edificio meditativo, que tiene mucha sutileza. Si vamos a estar largo tiempo sentados, necesitamos que la postura tenga una base sólida. Es decir que las rodillas estén apoyadas en el suelo, que los isquiones se afirmen en el cojín, hacer una ligera anteversión de la pelvis para buscar la verticalidad de la columna…
Es la manera de poder permanecer en la postura sin sufrimiento corporal.
Pero la postura no es solamente una cuestión postural, valga la redundancia. En nuestra actitud vital se imprime la postura: nos retorcemos de rabia, nos cerramos de tristeza, nos hundimos de miedo… Atender a la postura es atender también a esa impronta.
La primera asignatura en la meditación es encontrar una postura estable, sin agitación. Y eso no es nada fácil por lo que observo en mis alumnos. Estar en quietud sin moverse.

-Las molestias que sentimos al meditar, según señalas, no son más que el grito mudo del alma para ser escuchada. ¿La postura duele por tanta represión?

-El 80 por ciento del dolor de la rodilla, por ejemplo, no es físico sino emocional. En ella duele la resistencia a la quietud, al silencio, a la indagación.
Los síntomas que tenemos en el cuerpo vienen de nuestras emociones, de nuestra forma de vivir, de nuestras actitudes. Por eso, cuando no resolvemos conflictos, el cuerpo, que es una esponja, absorbe todas esas tensiones y las somatiza en la nuca, en la boca del estómago, en la zona baja de la espalda, etcétera. Es el lenguaje con que se manifiesta el alma a través del síntoma corporal.

-Otro de los elementos del edificio meditativo es la respiración. Ahí descubrimos que la vida es ritmo, cambio, impermanencia. ¿Qué subyace en ella?

-Para la gran mayoría de tradiciones meditativas, la respiración ha sido el soporte principal. Cuando uno medita, con los ojos cerrados o entreabiertos, en quietud, lo único que se mueve es el flujo respiratorio.
Como la respiración sucede en el momento presente, al atender a la respiración podemos centrifugar la mente, calmarla, y tener en cuenta las sensaciones que se producen alrededor de la meditación.
Pero no solo respira nuestro cuerpo. Cuando nos sentimos inspirados, sentimos alegría, o estamos frescos delante de la vida, nuestra respiración se amplía. La conexión íntima entre respiración y mente, respiración y cuerpo, es extraordinaria, y eso ha podido observar la tradición.
La respiración conecta como un puente nuestro cuerpo con la mente y es una gran ventaja aprovecharla como proceso de interiorización.

-Dices que en el aire nos compartimos como parte de un todo; “somos un mandala infinito de vida”, pero al mismo tiempo seres frágiles e inseguros. ¿Qué hay detrás del sufrimiento?

-No nos damos cuenta, pero en realidad el aire es limitado. Por las fotografías de los astronautas podemos ver que es una franja azul, estrechísima, la atmósfera que respiramos, el aire que hemos respirado en toda la historia de la Tierra. Por lo tanto la respiración es el vínculo que tenemos con todos los seres, actuales y del pasado.
También es el cordón umbilical que nos conecta con la vida. Todos estamos vinculados, las plantas, los animales, a través de la respiración.
Podemos intuir en la respiración que somos un eslabón en medio de un gran mandala de vida. Formamos parte de un todo, no estamos separados. La mente nos dice que tú y yo estamos separados, pero la respiración dice que estamos compartiendo el mismo aire que entra en nuestros pulmones.

En cuanto al sufrimiento, ¿qué nos hace sufrir? Todo aquello que no aceptamos. La vida es encuentro y desencuentro, placer y dolor, acierto y fracaso, carencia y abundancia. Pero cuando no queremos uno de los dos elementos de esta polaridad sufrimos. La vida está hecha de esa polaridad. Y aprendemos mucho más del fracaso y la soledad que del acierto y el encuentro.
En la meditación nos abrimos a la aceptación de lo que Es. Hay que quitarle las alas al placer para no quedar pegados, y quitarle hierro al sufrimiento para no estar constantemente en un proceso de rechazo y aversión.

-Pasemos a otro elemento de la meditación: el silencio. Cuéntanos la metáfora del ventilador.

-Nuestra mente ordinaria es un ventilador, está todo el tiempo cavilando, reaccionando, haciendo juicios y prejuicios. Como estamos en medio de esa nube de ruido mental, no nos damos cuenta.
Al meditar se produce la experiencia transmental, se hace el silencio interior, no solo de palabra sino también de juicio. Comprendemos que estábamos en ese ruido sin saberlo, como cuando salimos de un bar y decimos “¡uf, qué ruido había ahí dentro!”.
Se trata de salir del ruido mental que no nos deja percibir la dimensión sutil de la existencia y de nuestro ser. Es importante hacer una calma profunda de la mente.

-¿Y al ego le molesta el silencio?

-Claro, porque se identifica con la función dominante que le da más poder, ya sea el pensamiento, el sentimiento, la intuición o la sensación. Nuestro carácter no es más que una estructura de supervivencia emocional que se ha cocido los primeros años de vida. No nos damos cuenta de que hay una sombra, una represión sobre los elementos que nos son molestos.
Al entrar en el silencio, los complejos, las vivencias intensas o duras, salen a flote. El silencio siempre es cuestionador para el ego, que quiere estímulos que lo anestesien felizmente, pero la meditación es un enfrentamiento con el silencio para observar y aceptar aquello que nos habita.

-¿Quien medita es un buscador, un caminante, un explorador?, ¿qué es?

-El meditador es un buscador, por supuesto. También un caminante porque la búsqueda se hace a través de un camino. El camino es una metáfora, que en realidad no lleva a ningún sitio, sino a ti mismo. Como en aquellos cuentos de la tradición, en que uno va al Lejano Oriente porque cree que hay un tesoro escondido y ahí alguien le dice que el tesoro está debajo de su cama.
El camino es circular. Acometemos un camino para descubrir que debemos regresar a casa, a uno mismo.
Sin embargo, no hay camino sin una búsqueda, un anhelo sincero, acerca de la plenitud que forma parte de nuestra esencia.
Hay que distinguir entre lo que es el deseo del ego, de conquistar experiencias extraordinarias, de lo que es un verdadero anhelo del alma, para poder expresar la naturaleza de plenitud y de felicidad que somos.

-Es decir que en la meditación despertamos a algo que siempre ha sido y experimentamos un reencuentro…

-No se trata de buscar algo que no hay, sino de redescubrir lo que hay oculto porque ese ruido mental, esos fantasmas que nos persiguen, no nos dejan percibir.
En cuanto a la iluminación, de la que tanto se habla, no la buscamos en la meditación. El único que busca la iluminación es el ego, un ego insatisfecho que quiere tener un estatus de experiencias extraordinarias y de una superioridad espiritual.
En realidad la iluminación no es más que un profundo abandono y confianza infinita ante la existencia, porque uno se siente parte de esa totalidad. La iluminación es invisible, no es más que un clima interno de aceptación ante la existencia.

-¿Confundimos la rendición del yo con el ideal del yo?

-Eso es. Parte de la meditación estamos en el ideal del yo, buscando una imagen remozada de espiritualidad, hasta que advertimos que esa búsqueda es infructuosa y que en realidad lo único que debemos hacer es rendirnos.
En la tradición cristiana la noche oscura del alma es ese momento de rendición. Ya no es el esfuerzo del yo por querer alcanzar el cielo espiritual sino una rendición a la aceptación profunda de lo que Es. La realidad y lo que somos en este momento.

-Santa Teresa lo expresa así: “Muero porque no muero”. ¿Enfrentamos la muerte del ego?

-No es tanto la muerte del ego, porque el ego es una función psíquica necesaria para manejar la realidad mundana. Lo que matamos es el orgullo del ego, la identificación con el ego, esa estructura neurótica que no escucha, que no atiende razones y que solo quiere conseguir su bienestar o su placer. Es importante tener un ego fuerte para maniobrar en el mundo.

-¿Qué es la visualización del Sri Yantra?

-El Sri Yantra es literalmente el dispositivo glorioso que se representa a través de unos diagramas, unos triángulos orientados hacia abajo y hacia arriba. Representa el encuentro entre la energía y la consciencia, el cuerpo y el espíritu, lo masculino y lo femenino, de toda polaridad. Es la manera en que buscamos abolir la dualidad de la realidad relativa.
A través de ese dispositivo se abre un mensaje que me parece muy bonito que es producir en nosotros la androginia, no como comúnmente se conoce, sino referida a conjugar fuerza y ternura, dos elementos necesarios para la vida.

Incluimos esta visualización porque, como la mente es inestable, partimos de un gran condicionamiento, y necesitamos soportes para que ella no divague. Esos soportes pueden ser una mudra, un mantra, un yantra o un mandala, una visualización, un recorrido corporal, la misma respiración… Soportes para que la mente quede centrada.

-Otra definición para la meditación es que se trata de un ritual. Y más que un lanzamiento, es un aterrizaje.

-La mente ordinaria vive en una ficción de la realidad. La meditación no es tanto despegar hacia un cielo encumbrado sino más bien aterrizar en lo real; no en la realidad que inventamos sino la que es, a través de la disolución de nuestras categorías mentales. Para percibir la realidad tal cual es.
Al meditar, cuando nos sentamos, intentamos salir del tiempo psicológico. ¿Cómo hacemos?, a través del ritual. El ritual no tiene una finalidad productiva. Cada elemento del ritual, cada gesto, cada movimiento, cada respiración, está fuera del tiempo.
Este es el gran descubrimiento del ritual, abolimos el tiempo psicológico que nos presiona.

-¿Por qué dices que meditar sin sentarse es el supremo arte?

-El cojín de meditación no es más que el laboratorio para cultivar unas actitudes para afrontar la vida. Lo real no es el cojín, lo real es nuestra vida. Cuando ya hemos cultivado esa actitud de aceptación, de flexibilidad interna, compasiva, cada momento es meditativo: friegas los platos, comes, caminas y trabajas desde la no-mente, de Presencia.
Hemos aprendido en el cojín, y eso no significa que no sigamos sentándonos en el cojín para reforzar aquellas actitudes. Lo importante es llevar la meditación a la vida cotidiana.

-¿Es lo que debemos hacer cuando abandonamos el cojín, para introducirnos en el mundo?

-Insisto mucho en el libro en que tan importante es sentarse como levantarse del cojín. Cuando te levantas, tienes que retomar la vida que has dejado momentáneamente en suspenso. En la última parte del libro hablo de la ética, una ética reparadora, liberadora, ante el mundo. De nada nos sirve estar en un estado de serenidad interior si esto no se transmite a nuestro alrededor.
La meditación nos lleva a comprender que formamos parte de la realidad social. Nadie puede quedar ajeno a la dignidad. Dignificar la vida nos lleva, por un lado, a una bondad intrínseca en la existencia, a una honestidad en lo que sentimos, decimos y hacemos; hacia una profunda alineación.
Por otro lado, nos lleva a simplificar la vida, a coger del mundo solo lo absolutamente necesario, para no estar en desequilibrio entre los diferentes mundos que vivimos. Esta es la gran respuesta de la meditación, una respuesta ética.
Muchas veces la gente piensa que la meditación es una cuestión esotérica en donde cada uno se realiza individualmente y no tiene una repercusión sobre la vida social. Se equivocan, en realidad meditamos no para nosotros sino para el mundo, porque ¿quién se beneficia de nuestra armonía interior? Pues nuestros seres queridos, los amigos, los compañeros de trabajo y el resto del mundo.
Cuando uno medita para el bien común se completa el círculo de la meditación. Ya no quedamos solo en una actitud solipsista de la meditación sino que estamos en un movimiento en el que hay una redistribución con el mundo.

-Como expresas en otro apartado, “aprendo del mundo porque todo tiene voz y alma, no estoy rodeado de cosas sino de inteligencias”.

-Toda vida es inteligente, aunque esa inteligencia nos parezca, desde la visión humana, insignificante. Los biólogos y los ecólogos están observando la gran interrelación entre las especies. Sabemos que las raíces de los árboles se comunican entre sí, de tal manera que ya no es el árbol sino el bosque. Y no podemos ver el árbol sin ver el bosque.
Nuestra visión se amplía a través de esa sensibilización que hemos hecho con la meditación.

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