12
Jul
2018
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6 etapa: Meditar como el Ojo

Visión (ojo)

El ojo puede verlo todo… menos a sí mismo. Tendremos que recurrir a mecanismos indirectos, como el espejo o la cámara, para poder ver nuestra mirada. Vayamos un poco más allá en el símbolo: un ojo tiene una morfología precisa (el iris, la córnea, la pupila, el cristalino, etc.). ¿Pero es el ojo el que ve? ¿O más bien, vemos a través del ojo?

Cuando miramos a los ojos a una persona, nos podemos entretener en el color de sus ojos, en su forma, su movimiento, etc., pero si afinamos la atención, nos damos cuenta de que hay algo más allá de los globos oculares. Sin duda hay alguien, un ser que nos mira, una inteligencia o tal vez una chispa del mismo espíritu. En nuestra mirada de los ojos podemos quedarnos en el objeto (los ojos), o en el sujeto (la mirada). Podemos discriminar.

Cuando miramos un árbol, por ejemplo, nos damos cuenta de que nosotros no somos el árbol porque la información sensorial nos dice que él está en el jardín y nosotros dentro de casa y que, por llevarlo hasta el absurdo, cuando nosotros nos vamos a dar una vuelta el árbol se queda donde estaba. Sin embargo, cuando miramos nuestra mano también podemos tener la certeza que no somos la mano porque, aunque ésta vaya con nosotros a todos lados y podamos incluso sentir su dolor, si ocurriera un accidente y nos la tuvieran que amputar, no dejaríamos por ello de ser quienes somos.

Lo tenemos claro con las percepciones, las sensaciones, los sentimientos y hasta con los pensamientos. Los percibimos, los sentimos, a menudo los sufrimos, forman parte de nuestra experiencia, pero son efímeros, volátiles, cíclicos. Están y dejan de estar, se transforman en otra cosa; incluso nos identificamos con ellos, pero no son nuestra esencia, fiel a sí misma. En tanto que podemos percibir nuestros pensamientos sabemos, sin lugar a dudas, que son un objeto de nuestra conciencia, pero no la conciencia misma. Recordemos: todo lo que ve el ojo forma parte de su visión y lo único que no está incluido en ella es el mismo ojo que ve.

Nosotros, en el fondo, somos el ojo, el sujeto, el que experimenta, y no podemos experimentarnos a nosotros mismos a menos que nos convirtamos en objetos (cosa, de entrada, imposible). Nosotros somos el que ve, el Vidente, el que evidencia lo que vive. Somos el espectador que ve la película en la pantalla, pero no está en la película.

El árbol, el jardín, la mano, nuestras emociones y sentimientos, lo que pensamos íntimamente transcurre en la película que podemos ver, pero nosotros estamos fuera, en el patio de butacas. El Ser que somos no ocupa un espacio y no aparece en un tiempo determinado. El ser es aespacial y atemporal: estamos fuera de la corriente del tiempo. Vivimos, por así decir, en el eterno presente que se da ahora mismo, en ningún sitio más.

El cielo azul, las nubes, el sol, el bosque que tenemos delante, nuestra casa y el árbol son objetos que flotan en nuestra consciencia. Están dentro de nuestra visión, pero nosotros somos la visión. Somos, por tanto, el espacio donde todos esos objetos tienen cabida, pero no somos otro objeto más. Somos el sujeto que percibe, el Testigo.

A menudo encontramos una confusión en el lenguaje que emplea la Nueva Era cuando habla de espiritualidad. Se nos insinúa que en meditación profunda vamos a experimentar nuestro Ser, y creemos entonces que ese encuentro con uno mismo será de dimensiones cósmicas. No obstante, aunque percibamos colores, escuchemos sonidos o veamos divinidades en nuestra experiencia cumbre, lo cierto es que todo eso está dentro de la experiencia y no es propiamente el Ser o el Testigo, pues éste es puro sujeto, espacio donde se da la experiencia. En otras palabras, no podemos experimentar directamente el Ser porque somos él mismo. Podemos, eso sí, reconocernos en su reflejo, tal como el ojo se percibe a través de su imagen en el espejo.

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