El hecho de sentarse
Detrás de este sencillo gesto se esconde el hecho de pararse sin más en el anhelo profundo de dejarse estar. Es el espacio para salir de la espiral vertiginosa a la que nos lleva el mundo cuando el estrés parece apretarnos insufriblemente el estómago, la garganta, las sienes o el corazón.
Nos sentamos, no tanto para despegar a otras dimensiones extrasensoriales o paranormales, sino para aterrizar. Aterrizar suavemente en un aquí y en un ahora que tantas veces las prisas y el agobio no nos dejan vivir. Sólo cuando hemos sido capaces de pararnos del tiovivo cotidiano nos damos cuenta de a qué velocidad íbamos. Imantados hacia un futuro prometedor perdemos de vista nuestro eje vital, vulnerables como una hoja llevada por el viento.
La quietud, la inmovilidad que vamos consiguiendo con la postura es una respuesta al ajetreo de nuestra vida, es el símbolo de querer parar el mundo para encontrar, de entrada, otro ritmo de vida, otro tiempo más vivencial, más propio, más íntimo. Dice el refrán que más sabe de los caminos la tortuga que la veloz liebre.
Ahora bien, nuestro tiempo, nuestro pequeño tiempo de vida está en medio de la inmensidad del tiempo. La eternidad detrás nuestro y la eternidad delante nos recuerda, al menos, que hay tiempo de sobras. Cuando nos sentamos sobre el cojín nos debemos sentar sobre la eternidad, o mejor dicho, sobre el olor que esa dimensión despierta en lo hondo de nosotros mismos pues tantas veces la prepotencia lineal del tiempo nos aplasta. Por eso, el tiempo circular y eterno, aunque sea por breves momentos, nos rescata.
Es cierto que cuando uno se sienta se da cuenta de que está todo por hacer y quisiera dar un brinco para enfangarse otra vez en el mundo, pero también nos damos cuenta de que en un momento dado todo tiene cabida, el dolor de rodillas, la desazón de la postura, el torbellino de la mente que no para, las fantasías que van y vienen, las guerras que nos asedian, las injusticias que llenan nuestra impotencia… Todo aparece nítidamente delante de nosotros, nuestros deseos y las resistencias a esos deseos. Y a pesar de todo nos mantenemos inmóviles en nuestra postura, intentando contener todo lo que hay, abriendo el espacio de la tolerancia para no escapar corriendo de nuestra realidad que es una parte de la realidad del mundo.
Por Julián Peragón