31
Mar
2020
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Yoga para la Meditación

Hace ya bastante tiempo que el Yoga, en nuestras latitudes, se ha divulgado como práctica física, a través de âsana con espacios de relajación que daba respuesta a una sociedad instalada en el confort y que padecía de sedentarismo. Dimos la bienvenida a las clases regulares de Yoga porque reforzaban nuestra salud cultivando la flexibilidad, la fuerza, el equilibrio, la coordinación y, por supuesto, el drenaje de tensiones físicas. Sin embargo, en las últimas décadas nuestro estilo de vida se ha visto sacudido por una presión en aumento, tanto en el lugar de trabajo, en la complejidad de nuestras familias y en el acceso a las redes sociales cada vez más absorbente. El fruto no ha tardado en aparecer: una mente agitada y un estrés galopante. Habría que añadir que son tiempos difíciles: crisis económica, política, ecológica y de valores. No es de extrañar que el individuo claudique bajo el peso de tanta presión, desánimo y confusión.

Afortunadamente el Yoga tiene mucho que aportar no solo como método corporal y energético, sino como disciplina de la mente y el alma. Basta con recorrer el esquema óctuple que Patañjali describe en los Yoga sûtras para entender que el punto de partida de esta ciencia es un cuerpo ético (yama) y un compromiso personal con una disciplina interna (niyama) desde donde ascender peldaño a peldaño a través de âsana (actitud en la postura), prânâyâma (expansión de la energía vital a través de la respiración), pratyâhâra (repliegue de los sentidos), dhârana (concentración), dhyâna (meditación) hasta llegar a samâdhi (absorción) como fruto de un largo proceso de interiorización. Salta a la vista el enfoque holístico del Yoga desde los primeros siglos de nuestra era común. Por eso, cuesta entender a veces el reduccionismo que ha sufrido la divulgación del Yoga aunque, siendo optimista creo que podemos observar un avance y una maduración en las propuestas en los centros de Yoga, no solo en una técnica más depurada y respetuosa con el cuerpo, sino, también unas propuestas más sutiles donde se crean espacios de silencio.

A muchos practicantes de Yoga ya no les basta meramente los estiramientos y un ratito al final de la sesión para relajarse. Va apareciendo una creciente necesidad de meditar, necesidad de pararse y contener, de alguna manera, la mente inquieta, el mono loco como diría la tradición. Sin embargo, quedarse inmóvil en una postura nos permite un acceso relativamente fácil pero detener el tiovivo de los pensamientos nos resulta mucho más difícil, a veces, incluso, imposible. Y es que la mente, junto con la estructura del carácter, muestra una complejidad que difícilmente podemos desenredar. El abordaje hacia los espacios de meditación requiere mucha más sutilidad, rigor y soportes de los que necesitamos, por evidente, para mover la cintura pélvica o escapular.
Y aquí viene el cuello de botella del asunto, como nos hemos acostumbrado a formaciones intensivas, breves en el tiempo y priorizando la demanda del mercado en un momento dado, hemos descuidado el conocimiento de todo el mapa que describe la ciencia del Yoga. De tal manera que la gran mayoría de profesores no se sienten seguros para acompañar y dirigir los espacios de meditación. Porque, no basta con sentarse en silencio y proponer unos recorridos interiores, hace falta conocer, valga la metáfora anterior, el territorio que describe ese mapa. Dar respuestas cuando aparecen los obstáculos en la meditación no es tarea fácil y mucho menos cuando tenemos que individualizar una práctica según el nivel, la sensibilidad y las necesidades de nuestros alumnos.
Se vuelve necesario, en primer lugar, indagar en las raíces del sufrimiento tal como Patañjali describe cuando enumera las diferentes aflicciones (klesha) puesto que el Yoga, como expresión de compasión, reconoce que hay que dar una respuesta al sufrimiento. La meditación es eso, unas claves para salir del laberinto emocional y la confusión mental donde nos empantanamos en la frustración y en la desesperanza.
El primer eslabón en el proceso meditativo con las herramientas propias del Yoga será conseguir una postura estable e inmóvil que nos ayude a sostener el proceso de interiorización. La conexión con el cuerpo y la progresiva sensibilización para liberarnos de las corazas musculares que bloquean el flujo de la energía vendrá a continuación. También será necesario la atención relajada en el flujo respiratorio para calmar el mundo emocional y reducir la dispersión galopante de nuestra mente facilitando, de paso, una vía de entrada a nuestro paisaje interior.
Con la postura, los recorridos corporales y la respiración profunda y sutil vamos, por así decir, haciendo un cultivo de la atención, saliendo de las fluctuaciones ordinarias de nuestra mente agitada y confusa y aterrizando en una mente tranquila con capacidad de observación. Es precisamente esta observación de nuestro mundo interno la que nos da una mayor perspectiva de nuestra vida real. Cierto que en medio de nuestras relaciones, vida laboral y familiar es difícil observar lo que ocurre. Nuestros actos a menudo se vuelve erráticos porque permanecemos en medio de la tormenta de nuestras emociones y pensamientos. La respuesta reactiva no hace más que complicar las cosas. De sentido común, hace falta darse tiempo, tomar distancia y dejar que la agitación se vaya calmando para ver con mayor claridad. Es lo que hacemos cuando nos sentamos cada día, buscar calma para poder discernir la naturaleza de nuestros actos.
El proceso meditativo sigue adelante abrazando ese dolor que está en nuestro cuerpo emocional, restaurando viejas heridas, perdonando lo imperdonable, despejando toda negatividad y dejando que se imponga una actitud amorosa ante la existencia. Permanecer en nuestro centro de vivencia y permitirnos ser más auténticos, pese a quien le pese, menos lastrados por las consignas sociales y más comprensivos con los demás nos abre a la meditación como resolución de conflictos.
Un siguiente paso tiene que ver con nuestra esfera mental. Los pensamientos se agolpan, la mente no deja de escupir pensamientos tras pensamientos aunque sean totalmente inoperantes en estos momentos. Pero la buena noticia es que los pensamientos traen información acerca de nuestras motivaciones. Si pudiéramos en este espacio de meditación dejar pasar los pensamientos sin que nos arrastren como nubes que surcan un cielo azul estable podríamos darnos cuenta de nuestras obsesiones y de nuestras preocupaciones y, lógicamente, tomar la suficiente distancia. Con la práctica meditativa podríamos llegar a situarnos en el estado de testigo donde podemos contemplar lo que sucede en nuestro interior, desde las sensaciones hasta las emociones y desde los sentimientos a los pensamientos de forma totalmente neutra, sin prejuicios, sin tendencias, sin expectativas como el vuelo de un águila que ve nítidamente el horizonte desde la quietud de las alturas.
Tenemos un cuerpo y una mente, y nos expresamos a través de ellos pero en la meditación descubrimos que somos la misma fuente desde donde surge la consciencia. El Ser que somos nos acerca a la intuición profunda, a la belleza esencial de las cosas, a las respuestas creativas ante la vida y al abismo de la infinitud. Por eso decimos que meditar es cosa de valientes porque se produce una profunda deconstrucción de eso que creíamos ser. Y esa desnudez con la que nos encontramos es la esencia del Yoga, la liberación de todos nuestros condicionamientos.
El proceso es largo y meticuloso, como hemos descrito, pero, de entrada, deberíamos entender la lógica del Yoga para que nuestros alumnos lo puedan entender. Âsana nos ayuda a movilizar una energía vital retenida y a desbloquear especialmente la caja torácica para que el diafragma puede expandirse con total naturalidad, liberación necesaria para el trabajo respiratorio. Aquí entra el prânâyâma que regula conscientemente la respiración y que ayuda a calmar la mente para iniciar un proceso de interiorización. En primer lugar deberíamos sujetar los sentidos para, a continuación, focalizar nuestra mente en los soportes adecuados en el cultivo de la concentración. Ésta es la antesala de la meditación. Cuando meditamos ya no estamos en un esfuerzo de concentración sino en una simbiosis con el objeto de meditación que puede ser externo o interno, tangible o intangible. Es en esa sincronía donde obtenemos un conocimiento profundo de nuestro objeto,  es decir, de la realidad. Cuando conocemos la realidad como la palma de nuestra mano, nuestros actos están alineados con lo que reclama la vida y por tanto, exentos de error. Tal vez sea eso lo que nos acerca a la plenitud del Ser, tal vez sea este proceso el que nos ayuda a reconocer que somos un flujo de consciencia. Posiblemente la clave está en recordar que el Yoga, en su esencia es para la meditación.
Julián Peragón
Antropólogo y formador de Yoga y Meditación
Creador de la Meditación Síntesis
Meditación Síntesis, 7 etapas para una meditación inteligente. Editorial Acanto
Artículo publicado en la revista Yoga Journal, número 112 de marzo 2020

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